En mi trabajo como psicopedagogo, que interviene en problemas de conducta, puedo observar cómo las pautas educativas familiares condicionan en gran medida el comportamiento de los niños.

Por desgracia, ya no me sorprende ver menores que son dueños y señores de su casa, imponiendo sus normas a los adultos y llevándoles la contraria sin la más mínima consecuencia, acumulando regalos o exigiendo derechos y  caprichos. Lamentablemente, ya no me sorprende ver cómo sus padres no hacen nada para que esto cambie, solo gritar y acusar a su hijo por su vagancia o su falta de respeto cuando, más tarde, le compran cualquier cosa para no enfrentarse a sus berrinches.

Sinceramente, creo que muchas familias han caído en la trampa de la sobreprotección y de la educación en la abundancia. Muchos niños nacen rodeados de juguetes y todo tipo de comodidades a los que nunca llegan a darle el valor necesario porque sus padres nunca les han enseñado a esforzarse para conseguirlo, ni les han animado a considerar el valor de todos esos lujos. Los niños crecen pensando que lo normal es tenerlo todo, justo en el momento en que se quiere, sin permitirles que aprendan a tolerar la frustración que su pone esperar o esforzarse para conseguir algo. También, es habitual que estos infantes suelan tener varios "sirvientes" en casa que les faciliten todos sus quehaceres diarios: les copian los deberes olvidados del grupo de Whatsapp de padres, les hacen los resúmenes cuando tienen exámenes, les organizan el estudio, hacen su cama, limpian todo lo que ensucian, les recogen la mesa, se la ponen… y, claro, los niños acaban pensando que el mundo entero está diseñado para atenderlos a ellos.

Pero, aunque parezca que culpe a los progenitores de esta situación, entiendo que estos intentan hacerlo lo mejor posible, pero sus vidas se rodean de unas circunstancias personales, económicas y laborales que no favorecen, en absoluto, la vida en familia: muchos de ellos lidian con un elevado número de horas de trabajo semanal que les impiden dedicarle el tiempo necesario a la vida familiar y a la educación de sus hijos, tendiendo, en ocasiones, a compensar la falta de tiempo con regalos.

Por otro lado, pienso que estas familias, al mismo tiempo, están condicionadas por los valores que transmite la sociedad de nuestros días. Los ciudadanos se ven constantemente influenciados de múltiples y similares formas: programas de televisión, roles de género, redes sociales, modas, publicidad, cánones de belleza, leyes de mercado y, seguramente, un sinfín de variables, que determinan las normas por las que se rigen los jóvenes (y no tan jóvenes) de hoy en día. Estas influencias están creando una cultura de apariencias, de competitividad salvaje, de materialismo y de querer conseguirlo todo sin hacer nada. Es lo que les transmiten los estereotipos que nos vende la publicidad, los "músicos" de moda, los influencers o los programas de televisión. Cada día más, los jóvenes viven obsesionados con “mejorar” su imagen, con tratar de alcanzar ese modelo ideal que promueven los medios. Muchos valoran al prójimo por su ropa, por su corte de pelo o por su sonrisa perfecta, cayendo en la superficialidad, en los  prejuicios y olvidándose de las cosas verdaderamente importante. Esta pérdida de valores está creando gente vacía, gente con prioridades que caminan en contra de los principios y valores que se intentan transmitir desde las escuelas. Ni qué decir tiene que, todo esto, inevitablemente, acaba transmitiéndose a los niños. Creo es misión de todos intentar cambiar esta situación, ayudando a jóvenes y mayores a que cuestionen esta realidad e intentando que restablezcan su lista de prioridades.

Pero, pienso, esta empresa debe empezar a construirse desde el modelo educativo familiar. Creo firmemente que el modelo represivo-coercitivo o el permisivo no son la mejor forma de educar a los más jóvenes. Pienso que el primer modelo crea gente insegura, con falta de autoestima y miedo a sus progenitores; los hijos entienden que las consecuencias de sus errores serán los castigos en lugar de aquellas que deriven de sus actos de forma natural. Tal y como afirman Aroca Mantolío, C. y Cánovas Leonhardt, P. (2012:154),  los adolescentes que definían a sus progenitores como autoritarios obtienen puntuaciones medias en la obediencia y la conformidad de los adultos, pero puntuaciones bajas en autoconcepto respecto a los otros jóvenes.

Torío López, S. , Peña Calvo, J.V. y Rodríguez Menéndez, M.C. (2008) afirman que este modelo no facilita el diálogo y, en ocasiones, los hijos son rechazados como medida disciplinaria. El estilo autoritario es el que tiene repercusiones más negativas sobre la socialización de los hijos, como la falta de autonomía personal y creatividad, menor competencia social o baja autoestima y genera niños descontentos, reservados, poco tenaces a la hora de perseguir metas, poco comunicativos y afectuosos y tienden a tener una pobre interiorización de valores morales (p.8)

 

 

                                         

 

 

En el segundo modelo educativo, el estilo permisivo o laissez faire, Torío López, S., Peña Calvo, J.V. y Rodríguez Menéndez, M.C. (2008:9) afirman que la ausencia de normas y límites puede traer consigo problemas de socialización como conductas agresivas o falta de autonomía, a pesar de la aparente alegría que estos niños manifiestan. Pienso que este estilo permisivo  podría reportar a los hijos mayores beneficios, en primera instancia, en lo que a autoestimase refiere pero, reduciéndola cuando se adentren en la vida en sociedad. Creo que los niños deben ser ayudados por los mayores a organizar y planificar sus vidas, a aprender las normas sociales y a diferenciar lo que está bien de lo que no. Quizás, el "dejar hacer" podría beneficiar al niño a que descubra por sí mismo las consecuencias de sus actos pero, en mi opinión, quedan exentos de responsabilidades ante sus conductas, lo cual no representa la realidad a la que deberán enfrentarse en la calle en su día a día. Según Aroca Mantolío, C. y Cánovas Leonhardt, P. (2012:154), los adolescentes educados bajo este modelo puntúan alto en autoconcepto, pero presentan conductas desadaptativas, dándose alta agresividad e impulsividad, baja independencia y baja responsabilidad.

Por todo lo anterior, me decanto por ofrecerle al niño, un modelo educativo basado en el estilo autoritario recíproco pues estoy a favor de que los progenitores ejerzan con firmeza su papel de líderes y guías en sus vidas; ofreciéndoles cariño, respeto, seguridad y diálogo pero, también, normas y límites, mostrándoles las consecuencias reales de sus actos. Este estilo debe favorecer el aprendizaje autónomo del niño aunque, siempre, orientándolo en la toma de decisiones, a fin de que elijan las más acertadas o reconduciéndolos en sus malas decisiones. Torío López, S. , Peña Calvo, J.V. y Rodríguez Menéndez, M.C. (2008:9)  indican que los niños educados bajo el modelo autoritativo democrático desarrollan mayores competencias sociales, poseen mejor autoestima y habilidades sociales y el nivel de conflictos entre padres e hijos es menor.  Aroca Mantolío et al. (2012:154) indican que los adolescentes educados en este estilo obtienen puntuaciones más elevadas en competencia social y más bajas en disfunción psicosocial y comportamental.

Volviendo al tema de la diversidad, pienso que tener un hijo con discapacidad no es una tarea fácil. De hecho, por experiencia, sé que puede convertirse en algo muy duro. A pesar de esto, creo que no se debe caer en el error de sobreproteger al niño, ni compensar sus déficits con regalos y permisividad en los límites. Los niños necesitan un modelo educativo basado en el equilibrio entre la firmeza y el amor, independientemente de que tengan algún tipo de discapacidad o no. Por ejemplo, con relación a la educación de niños con Trastorno del Espectro Autista, he aprendido que requieren de unas pautas familiares muy estrictas y sistemáticas, poniéndose en práctica, además, técnicas conductuales muy concretas, debido a la dificultad de muchas de estas personas para regular su comportamiento. Entre estas técnicas cabe destacar aquellas basadas en el refuerzo positivo o la modificación de conducta (economías de fichas, retirada de atención, tiempo fuera, etc.), aunque, para aplicarlas, antes sería necesario un correcto proceso formativo previo, por parte de la familia,  para garantizar el éxito de las medidas.

 

Referencias:

  • AROCA MONTOLIO, C. & CÁNOVAS LEONHARDT, P. (2012). Los estilos educativos parentales desde los modelos interactivos y de construcción conjunta: revisión de las investigaciones. Ediciones Universidad de Salamanca. educ. 24, 2-2012, pp. 149-176.

 

  • TORÍO LÓPEZ, S. , PEÑA CALVO, J.V. & RODRÍGUEZ MENÉNDEZ, M.C. (2008). Estilos educativos parentales. Revisión bibliográfica y reformulación teórica. Ediciones Universidad de Salamanca. Teor. Educ.  Recuperado de: https://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/71805/1/Estilos_educativos_parentales_revision_b.pdf

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